domingo, 8 de marzo de 2020

Design for living


«Nadie debería interpretar comedia si no tiene un circo dentro»

Quizás no se diga suficiente que la culpa de todo la tuvo Mary Pickford, quién en 1922 invitó a Estados Unidos a un joven alemán de 30 años para que rodara sus películas. Para entonces Ernst Lubitsch, hijo de un sastre berlinés judío ya gozaba de una enorme reputación en el cine germánico. Incluso se le llegó a conocer como el David W. Griffith alemán.

En Hollywood trabajó para Warner Bros, la Metro y finalmente para Paramount, donde la llegada del el cine sonoro le permitió desarrollar plenamente su su particular estilo de comedia sofisticada, elegante y con altas dosis de sátira. No estuvo solo en este género durante los prolíficos años treinta: nombres como Howard Hawks, Frank Capra, Gregory LaCava, Mitchel Leisen, guionistas como Billy Wilder, Preston Sturges, Ben Hetch; actores como Cary Grant, William Powell, Clark Gable, Joel McCrea, actrices como Claudette Colbert, Katharine Hepburn, Myrna Loy, Irenne Dunne, Jean Arthur, Carole Lombard. La comedia brilló como nunca en los treinta, incluso dando lugar a diferentes subgéneros: la comedia musical, el screwball comedy, sin olvidarnos de la verborrea de Los hermanos Marx, auténticos arquetipos de la comedia verbal y que eclipsaron cualquier tipo de slapstick que quedara (Chaplin, Laurel & Dardy...).

Es en esa década, en ese contexto, cuando Lubitsch despliega su ingenio y crea su famoso “toque Lubitsch”. Difícil de definir, se podría decir que era su capacidad de sugerir más que de mostrar, obligando al espectador a imaginar lo que el director quería transmitir. Había un doble objetivo: burlar a la censura y estimular al espectador (hacerle pensar). No hay que olvidar que Hollywood está empezando a aplicar el restrictivo código Hays, un código de producción cinematográfica que determinaba lo que era considerado moralmente aceptable y lo que no. Y aunque Design for living se considera una película pre-Code, Lubitsch tuvo que hacer peripecias para evitar la censura y que su filme consiguiera destilar ese subyacente y sutil erotismo. Sus películas tenían siempre una apariencia ligera pero en el fondo llevaban un gran compromiso moral y social.
Resulta pues de lo más admirable que Lubitsch pudiera estrenar en 1933 comedias como Design for living, aquí titulada “Una mujer para dos” en la que habla sin reparos de libertad sexual, tríos o la posibilidad de enamorarse de más de una persona a la vez: lo que ahora se hace llamar poliamor.


               Miriam Hopkins, Gary Cooper y Fredric March


En Design for living la acción arranca en un vagón de tren, destino a París. Dos amigos estadounidenses, artistas bohemios, intentan ganarse la vida con sus obras como pueden. Tom Chambers (Fredric March) es dramaturgo y George Curtis (Gary Cooper) pintor. Conocen a la bella Gilda Farrell (Miriam Hopkins), ilustradora de anuncios publicitarios para una compañía internacional y el flechazo es instantáneo: George se enamora de Gilda, Tom se enamora de Gilda, y Gilda se enamora de los dos. Todos lo llevan en secreto hasta que inevitablemente el azar (disfrazado de  jefe celoso de la joven Gilda) deja al descubierto el asunto. Ambos amigos se preguntan entonces si realmente merece la pena terminar con once años de amistad por una chica a la que a penas conocen. Resuelven que no, y la citan en su apartamento para comunicárselo.
La escena que sigue es brillante, dejando atónito al espectador, pues en realidad es ella la que conduce y resuelve toda la acción. Primero se confiesa abiertamente: los ama a los dos, y sí, los ha engañado previamente al esconder sus respectivas citas sin hablarles del otro. Sin embargo es incapaz de decidirse, no cree que pueda vivir sin ninguno de los dos así que llegan a un acuerdo: vivirán juntos, ella les ayudará a catapultar sus carreras hacia el éxito pero no deberán mezclar el sexo en la ecuación: “no sex”. Todos acceden por el bien común: lo llaman “pacto entre caballeros” y queda sellado con un apretón de manos a tres.


                                                A Gentleman agreement

Todo va bien hasta que Gilda consigue que un productor teatral se fije en la obra de Tom repercutiendo en la marcha de éste a Londres para su producción y estreno. George y Gilda se quedan solos en el apartamento y entonces.... ¿quién se resiste?
Es cierto que teníamos un acuerdo entre caballeros. Pero, desafortunadamente, yo no soy un caballero..." (Gilda / Miriam Hopkins)Tirada ella en el diván, no hay plano más sugerente. No hace falta enseñar más, toque Lubitsch.

        Miriam Hopkins en Design for Living

El genio de la comedia ligera (no hay nada de ligero en todo el embrollo) juega con el espectador: sabe que nos divierte y que además muy probablemente les estemos juzgando: “ésto no acabará bien...”. Por eso la manera de conducir la situación, haciéndola parecer frívola hasta su desenlace, nos da una valiosa lección a todos: que viva la libertad, individual y colectiva, bajo acuerdo caballeresco, por supuesto!

La historia es una adaptación libre de una obra de Noel Coward, y se dice que llegó a modificarse tanto que sólo quedó del texto original una sola línea. Esto era muy típico de Lubitsch, siendo el único guión original el de la aclamada “To be or not to be” (1942), considerada la obra cumbre de este creador, junto con Ninotchka (1940).

La elección de los actores fue muy acertada. Fredric March fue un admirado actor de comedias, atractivo y seductor, y venía de ganar su primer Oscar de la Academia con la adaptación de “Dr.Jekyll y Mr.Hyde” (1931). En este filme coincidió con Miriam Hopkins, en un papel de prostituta. Miriam fue una de las actrices más famosas de los años 30 y trabajó en tres películas casi consecutivas del mago Lubitsch. Archienemiga de Bette Davis, investigada por el FBI durante más 15 años, madre soltera de un niño adoptado (que para la época era muy poco común), casada cuatro veces y con innumerables romances a sus espaldas, bisexual, temperamental y caprichosa, no cabe duda que era la más apropiada para interpretar sin reparos a la libre e independiente Gilda Farrell.
El trío lo cierra Gary Cooper, que trabajó con Lubitsch hasta en cuatro ocasiones, y que demostró que tenía dotes para la comedia como luego los tuvo con otros géneros como el western o incluso el cine negro.

Maestro y referente de otros cineastas (¿quién usó mejor las elipsis temporales y espaciales?) Lubitsch fue admirado por Charles Chaplin, François Truffaut, Greta Garbo, Maurice Chevalier, Jean Renoir, Billy Wilder, Woody Allen o Orson Welles. Y dejó herencia: Billy Wilder trabajó de guionista con él en dos filmes: La octava mujer de Barba Azul y en Ninotchka. A partir de ese momento, el mantra que le guió fue: «¿Cómo lo hubiera hecho Lubitsch?»

Cartel publicitario del filme de 1933