miércoles, 4 de enero de 2023

The private life of Sherlock Holmes

 “Una película difícil. Muy difícil. Y con episodios. No haga nunca una película en episodios, porque se pueden eliminar algunos [...] La película me gustaba, pero la estropearon." (Conversaciones con Billy Wilder, Cameron Crowe, 2000)

    No ha sido fácil escribir esta reseña desde el contenido, que es como suelo escribirlas. No hay mucho escrito sobre ella, quizá por el propio rechazo de Wilder o también por la poca épica que acarreó esta enésima recreación del famoso detective. Y sin embargo pienso que The private life of Sherlock Holmes (1970) no debería pasar por una obra menor o desdeñable dentro de su ejemplar filmografía, sino más bien por conseguir contagiarnos de su holmesiana admiración en una más que notable película de aventuras.

                            Billy Wilder dirigiendo a Robert Stephens y Colin Blakely

Puede que este injusto olvido lo debamos al desastroso montaje del filme original. Se habla siempre de una versión mutilada, amputada tras su desastroso preestreno donde el público arremetió contra su primera versión, con un metraje de tres horas y veinte minutos. El propio Wilder habla textualmente de carnicería y rehuye las preguntas acerca de este proyecto fallido en sus conversaciones con Cameron Crowe (Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial). En lo poco referido a ella, Wilder subraya que se ideó como una película episódica e incluso no hubiera visto mal un destino televisivo para la misma, fragmentándola en capítulos. Cuenta en estas entrevistas que se marchó a París para atender un nuevo proyecto, dejando el encargo del montaje final a los hermanos Mirisch, a los que le unía una gran amistad además de ser los productores de muchas de sus grandes películas. Sin embargo terminó editando la cinta un inglés, Ernest Walter, que eliminó secuencias importantes y dejó la versión que actualmente disponemos. ¿Qué pasó con el metraje cortado? Pues en gran parte se deshechó, se perdió y lo que queda es incompleto y parcheado. Solo el día que publiquen el guión original de Wilder y Diamond sabremos cuál fue la verdadera intención del director con la que supuestamente debía ser su gran obra. 

En este proyecto inglés, Wilder pensó en un inicio en Peter O’Toole como Holmes y Peter Sellers como Watson, pero a éste último ya lo había descartado en Bésame tonto. Finalmente aceptó trabajar con Robert Stephens en el papel de Holmes y con Colin Blakely como su inestimable compañero de aventuras y biógrafo John Watson. En mi opinión ambos están muy a la altura de sus respectivos papeles, uno alimentando el cliché de la altivez y el esnobismo, y el otro dando un cortapunto humorístico que a su vez es tan típico en el cine de Wilder.

Robert Stephens y Colin Blakely como Sherlock Holmes y John H. Watson

Robert Stephens fue eminentemente un actor de teatro. Miembro de la compañía inglesa Royal National Theatre, su paso por el cine podría considerarse anecdótico. Cuenta Billy Wilder en sus entrevistas con Crowe que estuvo encantado de trabajar con él. Lo consideraba un actor prodigioso y culto, que además cumplía a la perfección con el ideal de Sherlock Holmes que tenía Wilder. Tuvieron que parar el rodaje un tiempo debido al intento de suicidio de Stephens, quien siempre arrastró problemas con el alcohol y rumores de una supuesta homosexualidad (o más bien bisexualidad).

En lo que a la trama se refiere la película tiene una primera parte en la que se presentan ambos personajes mediante una delirante situación acaecida en la ópera de Londres. Madame Petrova, la primera bailarina del ballet ruso, propone a Sherlock Holmes que sea el padre de su hijo para procurarse así un heredero que posea el físico de ella y la inteligencia del famoso detective. Holmes consigue zafarse de este embrollo con un mordaz truco que dejamos que descubra el futuro espectador. En la trama principal, Watson y Holmes deberán indagar en la desaparación de un importante ingeniero, la mujer del cual aparece amnésica en Baker Street tras ser rescatada del Támesis. Gabrielle Valladon, pues, se une a ellos en una investigación que les llevará desde Londres hasta el mismísimo lago Ness.

El guión lo firman el propio Wilder y su fiel colaborador I. A. L. Diamond y es otro ejemplo de su fructífera carrera juntos. Ácido y burlón, como ya nos tenían acostumbrados en anteriores trabajos como El apartamento o Irma la dulce (o las que la cabeza de cada uno quiera colocar en su propio pedestal), deja perlas satíricas como la brillante aparición de la reina Victoria, invitada de honor en la inauguración de una nueva arma de guerra inglesa. Pero aquí lo destacable (y lo que a mí personalmente me chifla) es la carga melodramática que Wilder impone sobre un personaje en el que poco se había ahondado en lo relativo a estos temas. Hasta Watson se pregunta si ha habido mujeres en la vida de Holmes. ¿Qué sabemos de sus gustos? ¿Qué opinión tiene del sexo? ¿Qué papel tienen las mujeres, más allá de la odiosa señora Hudson? No desvelaré yo estos secretos, ya que ni el mismo Wilder los descifra. Claro está que él lo hace a propósito y nos brinda la oportunidad de figurarnos qué ocurrió (o quizá lo que no ocurrió) entre Holmes y la señora Valladon. Como bien aprendió de Lubitsch, en ocasiones se cuenta más con lo que no se dice.

Gabrielle Valladon y Sherlock Holmes en un fotograma del filme

En lo técnico me gustaría detenerme en dos aspectos que creo la embellecen aún más: la cinematografía y la música.

La fotografía corrió a cargo de un británico, Christopher Challis, quién se formó como operador de cámara en los filmes de Michael Powell y Emeric Pressburger. Así pues, no es de extrañar su predilección por el color, eligiendo rodar en DeLuxe Color (Panavision) esta magnífica cinta. Por su personal trato del color, Martin Scorsese lo considera un indispensable dentro del panorama cinematográfico británico.

En lo que se refiere a la música, Wilder no tuvo dudas y se la encargó a otro íntimo colaborador: el compositor húngaro Miklós Rózsa, quién firmó con él un total de cinco bandas sonoras. Pero en este caso Rózsa no creó una pieza original sino que adaptó una célebre composición suya, un concierto para violín Op.24 en el que había estado trabajando desde su juventud. En mi opinión, a parte de bellísima, la melodía principal tiene un peso importante en la ejecución del filme, ayudando a construir al personaje y a la vez dotándolo de un carisma algo más sentimental. Un acierto total.

He escrito esta reseña con el deseo de rescatar esta película y darle la merecida importancia que me gustaría que tuviera. Porque pese al desastroso arregle que sufrió, no acepto considerarla una obra menor del que fue uno de los más grandes creadores de historias del siglo XX.

“Era una película muy bien hecha. Era la película más elegante que he rodado. Yo no ruedo películas elegantes. Vincente Minnelli, él sí que hacía películas elegantes.” (Conversaciones con Billy Wilder, Cameron Crowe, 2000)