miércoles, 8 de diciembre de 2021

A time to love and a time to die

 ‘¿Es necesario vivir para amar o amar para vivir?’  Jean-Luc Godard

        A time to love and a time to die (1958) es la penúltima película que Douglas Sirk dirigió justo antes de su gran obra maestra que es Imitation to life (1959). Rodada íntegramente en Alemania en 1957, esta superproducción de la Universal Pictures combina los exteriores del Berlin Oeste con los decorados de los estudios berlineses CCC Film’s Spandau Studios.

        Se trata de una adaptación de la novela alemana con el mismo título de Erich Maria Remarque publicada en 1954 y que narra las desventuras de un joven soldado raso durante el fin de la segunda guerra mundial. Ese mismo año Sirk ya le comunicó a Remarque su deseo de adaptar la novela a la gran pantalla. Seguro que la muerte de su hijo de dieciocho años en el frente de Ucrania en 1944 alentó su decisión. Universal Pictures, la productora para la que entonces trabajaba Sirk, aceptó la propuesta, pero con una condición: quería nombres desconocidos a la cabeza del cartel. Los actores principales debían ser jóvenes con talento pero sin carrera en Hollywood, para que el público pudiera identificarse bien con ellos y la historia. John Gavin y Lilo Pulver fueron los elegidos.

Portada de la novela de Erich María Remarque
     Portada de la novela en la que se basa el filme

       La acción arranca en algún lugar perdido e inhóspito del frente ruso alemán en 1944. Un regimiento alemán, diezmado por bajas y desparecidos, llega a un pueblo en ruinas donde encuentran unos pocos civiles que sobreviven como pueden al duro invierno en guerra. Sin embargo, cualquier ciudadano en territorio enemigo es un guerrillero y han de ser ejecutados. Entre los soldados se encuentra Ernst Graeber (John Gavin), un joven berlinés al que obligan a formar parte del pelotón de fusilameniento junto al atormentado Hirshland (Jim Hutton), que no logrará vencer su mala conciencia por lo descarnado de sus actos. Ernst también tiene remordimientos, pero sabe que en las guerras se muere o se sobrevive, por eso, cuando llega su permiso de tres semanas para volver a Berlín, no mira atrás y se va.

           Pero han transcurrido más de dos años y su ciudad está en ruinas. Su casa ha sido bombardeada y sus padres han desaparecido. Nadie parece ayudarle, nadie sabe nada. La gente, sus vecinos, solo quitan escombros y lamentan sus muertos. Sin más opciones, decide ir a visitar al médico de família que los visitaba y allí encuentra a la hija de éste, Elizabeth Kruse (Lilo Pulver), a quien recuerda del instituto. A su padre se lo ha llevado la Gestapo, por opinar (y pronosticar) que Alemania jamás ganaría la guerra. A ella la han obligado a compartir su casa con miembros del partido, informadores adiestrados y siempre en alerta para denunciar cualquier atisbo de difamación al régimen.

          Presentantados los personajes, el filme discurre durante su enamoramiento sin caer en ñoñerías. Y en cualquier caso, las ñoñerías de Douglas Sirk se consienten todas sin excepción. Porque durante ese tiempo (el de amar) se juzgan y se reprochan, se ponen a prueba, retuercen sus conciencias hasta que no pueden más cuestionándose su derecho a disfrutar y a vivir cuando solo queda morir. ¿Es una frivolidad divertirse y enamorarse cuando solo hay horror alrededor, cuando fallan las fuerzas, cuando no hay tiempo? ¿Cuán digno es aprovechar la ayuda de un antiguo compañero de colegio, convertido en funcionario de la gestapo, para encontrar a tus seres más queridos?

                                   Enrst y Elizabeth, tiempo de vivir

        Todo son cuestiones trascendentales las que van apareciendo a lo largo de los 132 minutos que dura el filme. Que no nos despiste la puesta en escena, los decorados made in Hollywood o la música grandilocuente del genial Miklós Rózsa. Disfrutemos de los colores que nos ofrece la cinematografía de Russell Metty, habitual en los trabajos de Sirk y ganador de un Oscar a la mejor fotografía por Spartacus (1960).  No nos perdamos en etiquetas de dramas bélicos o melodramas románticos, porque a estas alturas ya todos sabemos que el cine de Douglas Sirk es más que todo eso.  

                      Elizabeth despide a Ernst, tiempo de morir

        Sin embargo, las películas de Douglas Sirk fueron consideradas melodramas coloristas, excesivos y banales. Despreciadas por la crítica, las atribuyeron al género del drama doméstico, cine para señoras, cuando en realidad escondían una feroz crítica a la sociedad norteamericana de la época, pero con una brillante puesta en escena. Afortunadamente se revalorizaron durante los años sesenta, en parte gracias al elogio de unos jóvenes críticos franceses al cargo de la prestigiosa revista Cahiers du cinéma. Para Godard, A time to love and a time to die es el mejor trabajo de Sirk.

        Detlef Sierk nació en Hamburgo en 1897. De padres daneses, empezó su carrera artística como director teatral llegando a dirigir películas dentro de la industria cinematográfica nazi. Pero su mujer era judía, así que como tantos otros, huyó de Alemania en 1937. Trabajó en Francia y Holanda entre 1938-1939  hasta que fue reclamado por los Warner, en Hollywood, para el remake americano de sus películas europeas. Llegó en 1939 aunque no rodaría su primer filme hasta 1943, ya con su nuevo y americanizado nombre. Curiosamente su debut fue una película sobre el asesinato de Reinhard Heydrich en Praga, “Hitler’s Madman”.

        Su carrera está llena de grandes éxitos y contó con los mejores nombres al frente, pero después de dirigir su melodrama más aclamado, Imitation to life, Sirk decidió retirarse con la excusa de una enfermedad y se trasladó a Europa. Lo cierto es que no se sentía cómodo con el maccarthismo y probablemente su condición de realizador de hipercoloridos melodramas femeninos ayudara a macerar ese retiro. Hoy en día es un director de culto, a lo Nicolas Ray. Reivindicado en Europa, goza del prestigio que no tuvo en ese Hollywood de estudios que lo encasilló y lo vulgarizó hasta hacerle desistir incluso de su último proyecto: rodar en París "Street of Montmartré", una biografía de Maurice Utrillo con diálogos de Eugéne Ionesco.

            Ilustración de Douglas Sirk


    Termino con un detalle de la película que no lo es tanto si se ha viajado por la filmografía del director. Cierto es que su cine está lleno de simbolismos y cuando se aprende a ver el cine de Douglas Sirk se aprende a leer en los espejos. Consigue que sean un recurso narrativo más, a veces incluso un personaje más. Pero cuando el espejo solo refleja la oscuridad ya en el minuto 32, poca esperanza podemos pedirle a la historia. Un solo objeto, un solo plano, toda la narración.