Se cumplen 30 años del estreno de Reservoir
Dogs, la ópera prima del siempre polémico Quentin Tarantino, que supuso una
auténtica revolución cinematográfica tanto por sus arriesgadas formas como por
su originalidad narrativa.
Corrían los noventa. El grunge llegaba de norteamérica para inundar con su
pesimismo toda la generación X y nosotros nos creíamos los más modernos porque habíamos
descubierto a un director de cine que se atrevía a rodar con violencia
explícita las desventuras de unos infortunados gángsters.
Descubrí a Quentin Tarantino tras el arrollador éxito de Pulp Fiction, su segundo largometraje que se llevó la Palma de Oro en Cannes en el año 1994 y que lo catapultó definitivamente a la primera línea. A raíz del descubrimiento muchos tiramos hacia atrás, para ver de donde venía Tarantino. Amor a quemarropa y Reservoir Dogs fueron sus primeros trabajos, el primero como guionista y el segundo ya encargándose, además, de la dirección.
Reservoir Dogs (1992) es un neo-noir ultraviolento con
una trama bien hilvanada y unos diálogos bien conseguidos. La destreza
narrativa de Tarantino, que llegaría a su cenit en Pulp Fiction, despunta ya en su ópera prima. El uso de estructuras
no liniales junto con recursos bien aplicados como el desorden cronológico, las
elipsis y los flashbacks configuran un sello estilístico propio que se
convertirá, en futuros proyectos, en marca Tarantino.
La película empieza con una secuencia en travelling circular alrededor de
una mesa en una cafetería simplona de Los Ángeles. Con una conversación
intrascendente acerca de un tema de Madonna vamos conociendo a los diferentes
tipos reclutados para el golpe, para terminar con los icónicos créditos a
cámara lenta y con los primeros planos de esos perros que todos tenemos
grabados en la retina. Sonando Little
Green Bag de George Baker (1970), temazo que ya sería indisociable del film
desde aquel momento.
El señor naranja (Tim Roth) se desangra en el asiento trasero de un coche.
Mientras agoniza llama desesperadamente a Larry (Harvey Keitel) que conduce el
coche mientras le sujeta la mano y le infunde unos ánimos difíciles de creer.
Llegan al almacén donde supuestamente han de reunirse todos los gángsters tras
el robo, pero allí no hay nadie. Al poco rato aparece el señor rosa,
interpretado por un magnífico Steve Buscemi, que ha conseguido huir con el
maletín de los diamantes tras un tiroteo con la policía. Le cuenta al señor
blanco, Larry, sus sospechas. Hay un topo infiltrado y se la ha jugado. La
policía les ha tendido una trampa. Faltan por llegar los señores rubio, azul y
marrón, así que es pronto para aventurarse.
El señor blanco y el señor rosa en el almacén |
Si bien la acción transcurre siempre en órden cronológico, los númerosos ‘flashbacks’ que el director mezcla con maestría permiten dar un poco de aire al claustrofóbico y teatral almacén, a la vez que ayudan a completar el relato y, a fin de cuentas, atar cabos. Las escenas de violencia explícita van in crescendo a partir de ese momento y sobretodo tras la aparición del señor rubio (Michael Madsen), protagonista de la mítica escena en la que mutila a un joven policía mientras suena el famoso “Stuck in the middle with you”. Sin embargo, y como en muchas otras ocasiones, Tarantino deja fuera de campo los momentos más escabrosos, quizás porque siempre podemos llegar a imaginarlos aún más crueles.
Secuencia final de Reservoir Dogs |
La trama se resuelve en una magnífica secuencia final, con los
protagonistas encañonándose los unos a los otros, sin abrir fuego aún, ganando
tiempo a la muerte. Tarantino trabaja bien la tensión del momento mientras el
espectador espera, ansioso, el desenlace final. Todos sabemos que nada saldrá
bien.
Las referencias cinematográficas están muy presentes en el cine de
Tarantino. Al igual que a otros cineastas (cito por ejemplo a Woody Allen), a
Tarantino le gusta homenajear a sus mitos y referentes. En Reservoir Dogs, por ejemplo, no es casual que el señor rubio se
declare fan de Lee Marvin, el hiperviolento Liberty Valance de la obra cumbre
de John Ford El hombre que mató a Liberty
Valance o el macabro sicario Vince Stone de Los sobornados de Fritz Lang.
El film destila un estilismo visual muy elegante pese al bajo presupuesto
que tuvo. Los protagonistas tuvieron que traer sus propios trajes
negros para el rodaje y se rumorea que Steve Buscemi usó unos tejanos negros
porque no tenía traje. Tampoco hay una gran escenografía ni efectos especiales
rocambolescos. Es una serie B con talento de obra maestra. Lawrence Bender leyó
el guión y supo que merecía la pena. Llamó a Harvey Keytel y consiguió que
pusiera parte del dinero. A partir de ese entonces llegó Sundance ’92 y
Tarantino despegó, dejando atrás cualquier rastro indie.
No creo que nadie ponga en duda que Pulp
Fiction es su mejor película, obra maestra absoluta del nuevo cine de
gángsters. Pero aún así yo siempre caeré rendida a ese maravilloso plano con los
señores blanco y rosa, furisosos, encañonándose en un almacén de mala muerte.